EL PLAN MAESTRO
Voy en
camino al dichoso asilo de ancianos “Sonrisas eternas”. Ese lugar tiene un
nombre ridículo y no me gusta ir para nada. Estuve evitándolo por casi un año,
pues le inventaba excusas a mi madre para no ir con ella a visitar a mi abuelo,
sin embargo ahora estoy caminando hacia el asilo, un sábado por la mañana, por
haber incumplido mi promesa de aprobar el examen de física.
En
cuanto llego al asilo, una señora de cabello negro, no muy alta y con una
exagerada sonrisa se acerca a mí: “¡Roberto!”, grita y me agarra de los
cachetes como si fuera un bebé.
-
Me ha dicho tu madre
que vendrías – mientras me habla, me dirige a la habitación de mi abuelo, aquella
que tiempo atrás me encantaba
- Es bueno verte por acá Roberto, ojalá sigas visitándonos.
- Es bueno verte por acá Roberto, ojalá sigas visitándonos.
-
Sí, claro – susurro y
acto seguido abro la puerta del dormitorio.
Allí
estaba, Agustín Gamarra; mi abuelo, mi viejo amigo, mi antiguo cómplice de
aventuras, el único hombre capaz de sacarme una sonrisa cuando se me caía el
helado o cuando se desinflaba mi pelota.
Él
estaba sentado en una mecedora, leyendo “El Principito”, un libro que seguro ha
leído más de 40 veces, y en el momento en el que baja el libro y dirige su
mirada a la puerta se le iluminan los ojos. Muy feliz se levanta y me da un
abrazo.
-
Hola Batman – me dice,
recordando los viejos tiempos cuando él era Robin y yo Batman
-
Hola Robin – le sigo la
corriente y por un momento me olvide de todo el mal humor que tenía por venir
aquí.
Nos
sentamos juntos al borde de la cama y me agarra las manos.
-
Querido Batman, has
venido en el momento oportuno, pues tengo un plan espectacular y necesito que
me ayudes – no puedo evitar reír un poco, porque me lo dice como si me fuera a
decir que mató a alguien – no te burles muchacho, esto va en serio; solo te
pido que no le cuentes a nadie, ni siquiera a tu madre.
-
Está bien – levanto mi
mano, haciendo un juramento – prometo no contarle nada a nadie y ayudarte en lo
que quieras.
-
Listo – me sonríe –
hice un plan para escaparme de este lugar.
En
cuanto me lo dice me sorprende y me sorprendió más aún cuando cerró la puerta y
sacó de su armario varios papeles mal doblados en los que estaba su plan
sumamente organizado.
-
¿Y por qué te quieres
ir de aquí abuelo? – le pregunté un poco alarmado. No pensaba que su plan fuera
tan arriesgado, al menos para un anciano y un niño.
-
Este lugar es horrible
y no encajo acá.
-
Pero abuelo, claro que
encajas: ¡Todos aquí son ancianos!
-
No me insultes hijo –
me dijo casi riendo – yo no soy como esos viejos. Ellos son aburridos, están
todo el día sentados jugando ajedrez. Además ya me harté de la comida que me
sirven y la enfermera no me deja hacer nada. ¡No estoy enfermo! Solo quiero un
poco de diversión Roberto.
En
cuanto me dijo eso, supe que solo era un juego, que no buscaba irse a otra
cuidad o a otro país. Agustín Gamarra solo buscaba salir de su rutina y
divertirse un poco con su nieto. Eso me relajó. Por el resto de la mañana
escuché a mi abuelo y conversé con él, incluso jugamos a ser Indiana Jones. Me
regreso a mi casa con la promesa de realizar el plan el siguiente sábado.
*******************
-
Buenos días Robin – le
doy una gran sonrisa.
-
Muy buenos Batman, ya
estoy listo para la diversión – dice muy emocionado.
Veo
que tiene el mismo color de vestimenta que el mío: negro, como si fuéramos
espías.
Lenta
y sigilosamente pasamos por los pasillos del asilo, evitando que alguien nos
vea y logramos salir del establecimiento. Robin, o mejor dicho, mi abuelo, está
muy alegre y desborda emoción.
-
¿qué es lo primero que
haremos ahora que ya estamos afuera?
-
Podemos hacer lo que
queramos Batman ¡Somos libres! - grita
como si fuera el dueño del mundo
Y así
fue, por el resto del día caminamos libremente por las calles, entramos a una
tienda a jugar videojuegos y hasta entramos al cine ver una peli. Para la hora del almuerzo, mi
abuelo me llevó a una antigua pizzería; a la cual, según me contó, siempre
llevaba a mi madre de pequeña.
También
fuimos a una librería y mi abuelo se compró un nuevo libro para leer. Compramos
helados y nos sentamos en un parque cercano al asilo para comerlos
tranquilamente.
-
Este fue el mejor día
en años y te lo tengo que agradecer todo
a ti mi Batman.
Lo que
me dijo me conmovió y me causó placer saber que ayudé a alegrar su día.
-
También me gustó mucho
estar hoy contigo abuelo, fue muy divertido.
-
Sí que lo fue, pero
creo que por hoy estuvo bien. ¿te parece si regresamos ya al asilo?
-
Sí, es lo mejor.
Regresamos
al asilo y me dio un gran abrazo. Le prometí visitarlo más y seguir teniendo
aventuras con él; y casi saltó de la alegría.
Volví
a mi casa y me dormí recordando el grandioso día que tuve junto a mi abuelo.
FIN
VISITA A RUBÉN
POR:
ANGELITA CIELO CELESTE ORTIZ SÁNCHEZ
Era domingo
y tocaba ir a visitar a un gran amigo en el asilo, al que había conocido
gracias a una proyección social realizada por mi colegio, se acercaba la hora
de visita y salí de casa. Él se llama Rubén. Al llegar al asilo él me recibió
con una gran sonrisa y me dio un fuerte abrazo.
Mientras
conversábamos Rubén me presentó a su amiga, una señora que él había conocido al
llegar asilo. Rubén me contó que con su amiga le había pasado muchas
experiencias y fue ahí cuando me narró una. Rubén me contó que una noche que él
se levantó para ir a ver si su amiga ya había dormido, le pasó algo extraño
mientras él caminaba hacia la habitación de su amiga, vio pasar una persona muy
parecida a su amiga dirigiéndose al baño. Entonces al ver esto él caminó para
ver si le pasaba algo, fue entonces donde se asustó mucho ya que en el baño no
había nadie.
Rubén
al descubrir que su amiga no se encontraba ahí, fue a la habitación de ella y
la encontró ahí durmiendo. Ésta fue la anécdota más terrorífica que pasó junto
a su amiga. Y justo ahí cuando terminó de contarme la historia tocaron mi
hombro, era la enfermera; la cual me avisaba que el horario de visita había
concluido.
Entonces
me puse de pie y me despedí de Rubén y le prometí regresar. Salí del asilo y
regresé a mi casa con una nueva historia gracias a Rubén.
UNA TARDE PARA RECORDAR
POR: ROCÍO MONTSERRAT RAMOS PANDURO.
POR: ALEXANDRA JOSELEN DONGO RAMOS
Jorge era
sumamente divertido, desde hacía rato que hacía los comentarios más ocurrentes
que había escuchado, por ejemplo, apuntando sin cohibición alguna a una pareja
de ancianos, dijo: “Esos dos que ves allí, viven juntos pero no son casados”,
también “La anciana de blusa floreada está loca, habla sola” o “Si yo quisiera,
dejaría este lugar y me convertiría en vándalo, pero no me apetece mucho”.
Comentarios como esos hacían que mi visita al asilo sea entretenida.
Estábamos jugando
naipes cuando de repente Jorge mencionó a Alicia, no me hubiese llamado la
atención si no notado la expresión en su rostro al pronunciar su nombre. No
pude contener la curiosidad y le pedí que me cuente más sobre ella, dudó en
hacerlo, pero a mi tanta insistencia, cedió, y comenzó a narrar la historia de
amor más interesante que jamás había odio. “Conocí al amor de mi vida hace
muchos años en el colegio, era ella la jovencita más hermosa que había visto,
así que me propuse conquistarla, fu fue fácil, pero tampoco muy difícil gracias
a que yo era guapo y gracioso. Fue mi novia durante cinco maravillosos años
hasta que sucedió algo terrible. Tenía ella 21 años y yo 23 cuando recibí la
dolorosa noticia de que yo no podría tener hijos, fue ese el momento en el que
perdí a mi Alicia, no porque ella me haya dejado, sino porque yo la dejé. Jamás
me hubiera perdonado quitarla a una joven la ilusión de llevar a un niño en su
vientre, así que un día decidí partir, me alisté al Ejército y no la volví a
ver.
Después de contarme
esto, Jorge no quiso seguir jugando, el hombre gracioso y divertido que había
estado hace una hora conmigo había desaparecido, y en su remplazo estaba un
hombre de expresiones tristes y mirada perdida. Verlo así me hizo sentir
culpable por pedirle que me contara su historia hasta que fue él mismo quien me
propuso sacarnos una foto con “ese aparato que tienes en la mano”, me
sorprendió su propuesta, que por un momento sentí que había arruinado su día.
Llegó la hora de
salir del asilo, y al despedirme de Jorge sentí hacerlo de un amigo de años. No
cambiaría por nada el hecho de haberlo conocido.
UN VIEJO
MACHETERO
POR: ROCÍO MONTSERRAT RAMOS PANDURO.
Una mañana calurosa, en mi
pueblo, que se encuentra ubicado por el Río Huallaga, me desperté muy temprano,
como solía hacerlo, todos los días. Esa mañana, fui a ver lo que había
cultivado la tarde anterior. Me gustaba mucho sembrar y cultivar plantas y
árboles que den frutos, porque algunas veces cuando no alcanzaba el dinero iba
a coger de aquellos árboles, ricos mangos, mameyes, plátanos, sandías y coconas
que eran útil para tener algo en la boca. En mi chacra, también tenía en gallo
y dos gallinas, en la cual me brindaban de sus huevos cada vez que incubaban.
En mi pueblo, conocía a muchas
personas pero sólo dos eran mis grandes amigos, que solían hacer las mismas
cosas en su tiempo libre. Los tres éramos unos ‘‘gavilanes’’, nos gustaba salir
con jovencitas, como se decía en mi pueblo. Uno se llamaba Felipe Reátegui y el
otro Luis, pero le gustaba que le digan ‘‘el guapo’’, porque era el más
agraciado entre los tres, según él. Recuerdo que Luis siempre fue amigo mío, lo
conozco desde que éramos niños. No llegamos a ir al colegio porque según
nuestros padres debíamos trabajar en nuestras chacras. Después cuando ya
teníamos 16 años, conocimos a Felipe. Desde entonces los tres nos hicimos
inseparables. Cuando cumplimos 17 años, nos metimos al ejército, en la cual
teníamos que ser los más disciplinados posible. Recuerdo una noche en la que el
Sargento nos había mandado a hacer 100 planchas antes de ir a descansar, y si
no cumplías con sus indicaciones, te hacían hacer el tripe de planchas y aparte
te daban al día siguiente sopa de piedra como castigo, y cuando era peor, no
comías en todo el día. Sólo estuvimos en el cuartel dos años, a nuestros 19
años ya decidimos salir para comenzar cada uno por su camino. Una vez que ya
salimos del cuartel decidí ir a la Ciudad de Iquitos en busca de trabajo, ya
sea como agricultor, machetero o algo que se relacionaba a las chacras. Después
de cinco años, conocí a una hermosa mujer que hacia mis días felices, me hacía
feliz; pero aquella muchacha tenía una pequeña hija de diez años, pero aquella
niña no me veía como su padre, y era imposible tratar que yo le cayera bien o
me diga ‘‘papá’’, pero siempre fue respetuosa, era lo bueno. Pasaron 20 años, y
yo ya me hacía más viejo, y decidí no ser un peso más en la vida de alguien,
así que le dije a mi hijastra que me llevará a un lugar donde estén personas de
mi edad, tenía 70 años, y no quería causar más molestias. Así fue como fui a
parar en éste Asilo.
Cuando llegué quedé muy
sorprendido, y no lo podía creer, porque Luis, se encontraba en aquel lugar,
lloré de la emoción al ver uno de mis grandes amigos, que pena que Felipe no
estaba con nosotros. En aquel asilo seguía con mi vida de siempre, tengo un
pequeño terrenito que siempre cuido, ya son casi 5 años, desde que lo tengo.
Ahora crio a cuatro gallinas y tres de ellas me dan huevos semanales. Un día
dos huevos se desaparecieron, no sabía quién había sido, me asusté puesto que
nunca me había pasado esto. Pasaron meses, hasta que era Lázaro quién cogía los
huevos que mis gallinas ponían. Lázaro era un ancianito medio topadito, porque
tenía la costumbre de coger cosas y luego olvidaba donde los dejaba.
Ahora son 5 años desde que llegué
aquí. Y sólo el año pasado tuve un cumpleaños alegre, puesto que mi hijastra me
había llevado una torta para compartirlo con todos mis amigos del Asilo.
FIN.
FIN.