domingo, 6 de diciembre de 2015

CUENTOS SOBRE LA VISITA AL ASILO DE ANCIANOS

EL PLAN MAESTRO


 POR: JOHANNA ISABEL ANCHORENA VÁSQUEZ


Voy en camino al dichoso asilo de ancianos “Sonrisas eternas”. Ese lugar tiene un nombre ridículo y no me gusta ir para nada. Estuve evitándolo por casi un año, pues le inventaba excusas a mi madre para no ir con ella a visitar a mi abuelo, sin embargo ahora estoy caminando hacia el asilo, un sábado por la mañana, por haber incumplido mi promesa de aprobar el examen de física.


En cuanto llego al asilo, una señora de cabello negro, no muy alta y con una exagerada sonrisa se acerca a mí: “¡Roberto!”, grita y me agarra de los cachetes como si fuera un bebé.


-       Me ha dicho tu madre que vendrías – mientras me habla, me dirige a la habitación de mi abuelo, aquella que tiempo atrás me encantaba
-  Es bueno verte por acá Roberto, ojalá sigas visitándonos.


-       Sí, claro – susurro y acto seguido abro la puerta del dormitorio.


Allí estaba, Agustín Gamarra; mi abuelo, mi viejo amigo, mi antiguo cómplice de aventuras, el único hombre capaz de sacarme una sonrisa cuando se me caía el helado o cuando se desinflaba mi pelota.

Él estaba sentado en una mecedora, leyendo “El Principito”, un libro que seguro ha leído más de 40 veces, y en el momento en el que baja el libro y dirige su mirada a la puerta se le iluminan los ojos. Muy feliz se levanta y me da un abrazo.

-       Hola Batman – me dice, recordando los viejos tiempos cuando él era Robin y yo Batman

-       Hola Robin – le sigo la corriente y por un momento me olvide de todo el mal humor que tenía por venir aquí.

Nos sentamos juntos al borde de la cama y me agarra las manos.

-       Querido Batman, has venido en el momento oportuno, pues tengo un plan espectacular y necesito que me ayudes – no puedo evitar reír un poco, porque me lo dice como si me fuera a decir que mató a alguien – no te burles muchacho, esto va en serio; solo te pido que no le cuentes a nadie, ni siquiera a tu madre.

-       Está bien – levanto mi mano, haciendo un juramento – prometo no contarle nada a nadie y ayudarte en lo que quieras.

-       Listo – me sonríe – hice un plan para escaparme de este lugar.

En cuanto me lo dice me sorprende y me sorprendió más aún cuando cerró la puerta y sacó de su armario varios papeles mal doblados en los que estaba su plan sumamente organizado.

-       ¿Y por qué te quieres ir de aquí abuelo? – le pregunté un poco alarmado. No pensaba que su plan fuera tan arriesgado, al menos para un anciano y un niño.

-       Este lugar es horrible y no encajo acá.

-       Pero abuelo, claro que encajas: ¡Todos aquí son ancianos!

-       No me insultes hijo – me dijo casi riendo – yo no soy como esos viejos. Ellos son aburridos, están todo el día sentados jugando ajedrez. Además ya me harté de la comida que me sirven y la enfermera no me deja hacer nada. ¡No estoy enfermo! Solo quiero un poco de diversión Roberto.

En cuanto me dijo eso, supe que solo era un juego, que no buscaba irse a otra cuidad o a otro país. Agustín Gamarra solo buscaba salir de su rutina y divertirse un poco con su nieto. Eso me relajó. Por el resto de la mañana escuché a mi abuelo y conversé con él, incluso jugamos a ser Indiana Jones. Me regreso a mi casa con la promesa de realizar el plan el siguiente sábado.
 
*******************
Ya es sábado de nuevo y hoy es EL DÍA. Me visto y voy al asilo “Sonrisas Eternas”. Llego rápidamente y entro a la habitación de mi abuelo.

-       Buenos días Robin – le doy una gran sonrisa.

-       Muy buenos Batman, ya estoy listo para la diversión – dice muy emocionado.

Veo que tiene el mismo color de vestimenta que el mío: negro, como si fuéramos espías.

Lenta y sigilosamente pasamos por los pasillos del asilo, evitando que alguien nos vea y logramos salir del establecimiento. Robin, o mejor dicho, mi abuelo, está muy alegre y desborda emoción.

-       ¿qué es lo primero que haremos ahora que ya estamos afuera?

-       Podemos hacer lo que queramos Batman ¡Somos libres! -  grita como si fuera el dueño del mundo

Y así fue, por el resto del día caminamos libremente por las calles, entramos a una tienda a jugar videojuegos y hasta entramos al cine  ver una peli. Para la hora del almuerzo, mi abuelo me llevó a una antigua pizzería; a la cual, según me contó, siempre llevaba a mi madre de pequeña.

También fuimos a una librería y mi abuelo se compró un nuevo libro para leer. Compramos helados y nos sentamos en un parque cercano al asilo para comerlos tranquilamente.

-       Este fue el mejor día en años y  te lo tengo que agradecer todo a ti mi Batman.

Lo que me dijo me conmovió y me causó placer saber que ayudé a alegrar su día.

-       También me gustó mucho estar hoy contigo abuelo, fue muy divertido.

-       Sí que lo fue, pero creo que por hoy estuvo bien. ¿te parece si regresamos ya  al asilo?

-       Sí, es lo mejor.

Regresamos al asilo y me dio un gran abrazo. Le prometí visitarlo más y seguir teniendo aventuras con él; y casi saltó de la alegría.

Volví a mi casa y me dormí recordando el grandioso día que tuve junto a mi abuelo.

FIN


VISITA A RUBÉN

POR: ANGELITA CIELO CELESTE ORTIZ SÁNCHEZ

Era domingo y tocaba ir a visitar a un gran amigo en el asilo, al que había conocido gracias a una proyección social realizada por mi colegio, se acercaba la hora de visita y salí de casa. Él se llama Rubén. Al llegar al asilo él me recibió con una gran sonrisa y me dio un fuerte abrazo.

Mientras conversábamos Rubén me presentó a su amiga, una señora que él había conocido al llegar asilo. Rubén me contó que con su amiga le había pasado muchas experiencias y fue ahí cuando me narró una. Rubén me contó que una noche que él se levantó para ir a ver si su amiga ya había dormido, le pasó algo extraño mientras él caminaba hacia la habitación de su amiga, vio pasar una persona muy parecida a su amiga dirigiéndose al baño. Entonces al ver esto él caminó para ver si le pasaba algo, fue entonces donde se asustó mucho ya que en el baño no había nadie.

Rubén al descubrir que su amiga no se encontraba ahí, fue a la habitación de ella y la encontró ahí durmiendo. Ésta fue la anécdota más terrorífica que pasó junto a su amiga. Y justo ahí cuando terminó de contarme la historia tocaron mi hombro, era la enfermera; la cual me avisaba que el horario de visita había concluido.


Entonces me puse de pie y me despedí de Rubén y le prometí regresar. Salí del asilo y regresé a mi casa con una nueva historia gracias a Rubén.


UNA TARDE PARA RECORDAR


 POR: ALEXANDRA JOSELEN DONGO RAMOS

Jorge era sumamente divertido, desde hacía rato que hacía los comentarios más ocurrentes que había escuchado, por ejemplo, apuntando sin cohibición alguna a una pareja de ancianos, dijo: “Esos dos que ves allí, viven juntos pero no son casados”, también “La anciana de blusa floreada está loca, habla sola” o “Si yo quisiera, dejaría este lugar y me convertiría en vándalo, pero no me apetece mucho”. Comentarios como esos hacían que mi visita al asilo sea entretenida.
Estábamos jugando naipes cuando de repente Jorge mencionó a Alicia, no me hubiese llamado la atención si no notado la expresión en su rostro al pronunciar su nombre. No pude contener la curiosidad y le pedí que me cuente más sobre ella, dudó en hacerlo, pero a mi tanta insistencia, cedió, y comenzó a narrar la historia de amor más interesante que jamás había odio. “Conocí al amor de mi vida hace muchos años en el colegio, era ella la jovencita más hermosa que había visto, así que me propuse conquistarla, fu fue fácil, pero tampoco muy difícil gracias a que yo era guapo y gracioso. Fue mi novia durante cinco maravillosos años hasta que sucedió algo terrible. Tenía ella 21 años y yo 23 cuando recibí la dolorosa noticia de que yo no podría tener hijos, fue ese el momento en el que perdí a mi Alicia, no porque ella me haya dejado, sino porque yo la dejé. Jamás me hubiera perdonado quitarla a una joven la ilusión de llevar a un niño en su vientre, así que un día decidí partir, me alisté al Ejército y no la volví a ver.
Después de contarme esto, Jorge no quiso seguir jugando, el hombre gracioso y divertido que había estado hace una hora conmigo había desaparecido, y en su remplazo estaba un hombre de expresiones tristes y mirada perdida. Verlo así me hizo sentir culpable por pedirle que me contara su historia hasta que fue él mismo quien me propuso sacarnos una foto con “ese aparato que tienes en la mano”, me sorprendió su propuesta, que por un momento sentí que había arruinado su día.
Llegó la hora de salir del asilo, y al despedirme de Jorge sentí hacerlo de un amigo de años. No cambiaría por nada el hecho de haberlo conocido.





UN VIEJO MACHETERO

POR: ROCÍO MONTSERRAT RAMOS PANDURO.
 
Una mañana calurosa, en mi pueblo, que se encuentra ubicado por el Río Huallaga, me desperté muy temprano, como solía hacerlo, todos los días. Esa mañana, fui a ver lo que había cultivado la tarde anterior. Me gustaba mucho sembrar y cultivar plantas y árboles que den frutos, porque algunas veces cuando no alcanzaba el dinero iba a coger de aquellos árboles, ricos mangos, mameyes, plátanos, sandías y coconas que eran útil para tener algo en la boca. En mi chacra, también tenía en gallo y dos gallinas, en la cual me brindaban de sus huevos cada vez que incubaban.
En mi pueblo, conocía a muchas personas pero sólo dos eran mis grandes amigos, que solían hacer las mismas cosas en su tiempo libre. Los tres éramos unos ‘‘gavilanes’’, nos gustaba salir con jovencitas, como se decía en mi pueblo. Uno se llamaba Felipe Reátegui y el otro Luis, pero le gustaba que le digan ‘‘el guapo’’, porque era el más agraciado entre los tres, según él. Recuerdo que Luis siempre fue amigo mío, lo conozco desde que éramos niños. No llegamos a ir al colegio porque según nuestros padres debíamos trabajar en nuestras chacras. Después cuando ya teníamos 16 años, conocimos a Felipe. Desde entonces los tres nos hicimos inseparables. Cuando cumplimos 17 años, nos metimos al ejército, en la cual teníamos que ser los más disciplinados posible. Recuerdo una noche en la que el Sargento nos había mandado a hacer 100 planchas antes de ir a descansar, y si no cumplías con sus indicaciones, te hacían hacer el tripe de planchas y aparte te daban al día siguiente sopa de piedra como castigo, y cuando era peor, no comías en todo el día. Sólo estuvimos en el cuartel dos años, a nuestros 19 años ya decidimos salir para comenzar cada uno por su camino. Una vez que ya salimos del cuartel decidí ir a la Ciudad de Iquitos en busca de trabajo, ya sea como agricultor, machetero o algo que se relacionaba a las chacras. Después de cinco años, conocí a una hermosa mujer que hacia mis días felices, me hacía feliz; pero aquella muchacha tenía una pequeña hija de diez años, pero aquella niña no me veía como su padre, y era imposible tratar que yo le cayera bien o me diga ‘‘papá’’, pero siempre fue respetuosa, era lo bueno. Pasaron 20 años, y yo ya me hacía más viejo, y decidí no ser un peso más en la vida de alguien, así que le dije a mi hijastra que me llevará a un lugar donde estén personas de mi edad, tenía 70 años, y no quería causar más molestias. Así fue como fui a parar en éste Asilo.
Cuando llegué quedé muy sorprendido, y no lo podía creer, porque Luis, se encontraba en aquel lugar, lloré de la emoción al ver uno de mis grandes amigos, que pena que Felipe no estaba con nosotros. En aquel asilo seguía con mi vida de siempre, tengo un pequeño terrenito que siempre cuido, ya son casi 5 años, desde que lo tengo. Ahora crio a cuatro gallinas y tres de ellas me dan huevos semanales. Un día dos huevos se desaparecieron, no sabía quién había sido, me asusté puesto que nunca me había pasado esto. Pasaron meses, hasta que era Lázaro quién cogía los huevos que mis gallinas ponían. Lázaro era un ancianito medio topadito, porque tenía la costumbre de coger cosas y luego olvidaba donde los dejaba.
Ahora son 5 años desde que llegué aquí. Y sólo el año pasado tuve un cumpleaños alegre, puesto que mi hijastra me había llevado una torta para compartirlo con todos mis amigos del Asilo.

FIN.